Nosé

en.con.trar la salida deste gris laberinto

El señor Nosé viene de visita, por lo menos una vez al año. 

Al principio aparecía algunos días para saludar. Después de un tiempo, se instaló en casa: trajo sus valijas, sus adornos y una mascota. Se acomodó en una habitación, y de pronto se adueñó de la casa. 

Creímos que necesitaba un lugar donde refugiarse, pero pronto empezó a molestar, y la convivencia fue dura. No sabíamos cómo decirle que se buscara una nueva casa, y cuando nos animábamos a decirle algo, siempre andaba con rodeos. 

Con los meses, se fue asentando, y nosotros, cada vez más irritados. Comenzaron los gritos. Y las lluvias. Y las palabras feas. Y se fueron las risas que nos caracterizaban. El señor Nosé tenía siempre la misma cara de contento, de nada, de no-pasa-nada. Pero yo sé que se encerraba en su cuarto a reír. Se reía porque nosotros no sabíamos qué. Ninguno sabía qué comer, qué ponerse, qué estudiar, de qué trabajar, a quién querer, a dónde salir a pasear, cuál era su equipo o color o artista favorito. Y el Sr. Nosé se divertía en secreto, y hablaba con esas palabras revoltosas que nos confundían más, dejaba conceptos abiertos y oraciones inconclusas, y nos perdíamos. 

Un día, se nos ocurrió no escucharlo. Nosé se sintió desplazado, cada vez más solo. Cada cosa que decía, se  perdía en el aire. Tardó mucho tiempo en dejar la casa. Incluso nos mudamos a otra más grande, y él no se rindió. Pero todos dispersos como estábamos, cada uno metido en su mundo, lo fuimos dejando solito. Y una tarde se fue. Cuando escuché el portazo, me alivié. En la cena, supimos qué cocinar, dónde sentarnos y qué decir, sin una mínima duda.

El tiempo pasó, sin visitas. 

Nos volvimos a mudar, y nos encontró de nuevo. Con diferentes excusas, siempre viene a dormir a casa por una semana. Mientras el Sr. Nosé nos visita, no sabemos qué hacer. Algunos intentamos no estar en casa. Otros, no hablar con nadie. Pero mientras está, no sabemos qué.