SEGUNDA PARTE
DESESPERACIÓN:
ALGO PODRÍA SURGIR
DE ESTOS SILENCIOS
(...) Y ahora -anunció el locutor por la radio- Mary Chapin Carpenter nos contará por qué cree que hoy es su día de suerte (...) Mary Chapin Carpenter empezó a contar a los cadáveres colgados en el laboratorio de la Compañía Minera de Desesperación que aquél era su día de suerte, que había ganado en la lotería y todo eso, y Steve se desprendió de Cynthia. Entró en el laboratorio y olfateó el ambiente (...)
-¡Vámonos!- susurró Cynthia, tirándole de la manga.
-Enseguida -contestó Steve-. Sólo...
Algo captó su atención y se interrumpió. Estaba al extremo de la mesa alargada, a la derecha del monitor con la imagen de Goofy como protector de pantalla. No era una roca, o al menos no una simple roca, sino un artefacto de piedra. Se acercó y lo observó detenidamente.
Cynthia corrió trás él y volvió a tirarle de la manga.
-¿Qué te pasa? -preguntó-. Esto no es una visita turística. ¿Y si...? -Entonces también ella vio lo que Steve miraba, lo vio realmente, y enmudeció. Vacilante, tendió un dedo y lo tocó. Ahogó un grito y retiró el dedo. A la vez adelantó la cadera en un gesto brusco, como si le hubiese pasado la corriente, y se golpeó la pelvis en el borde de la mesa.-¡Mierda! Por un momento...-se interrumpió.
-Por un momento ¿qué?
-No, nada -dijo. Sin embargo pareció ruborizarse, así que Steve supuso que algo le había pasado por la cabeza-. En los diccionarios tendrían que poner una foto de eso al lado de la palabra "repugnante".
Era una estatuilla de un lobo o un coyote, y pese a su tosquedad poseía fuerza suficiente para hacerles olvidar, al menos por unos segundos, que se encontraban a veinte metros de los restos de un asesinato múltiple. El animal tenía la cabeza torcida en un ángulo anómalo (un ángulo en cierto modo voraz), y los ojos parecían salírsele de las órbitas en una expresión de furia. El hocico era de un tamaño desproporcionado en relación con el cuerpo -era casi el hocico de un caimán-, y la boca abierta exhibía una irregular dentadura. La estatuilla, si realmente lo era, estaba rota por debajo del pecho, y las patas se reducían a dos muñones (...)
-Pero ¿qué hacemos? -preguntó-. Esto no es la clase de contemplación artística, por Dios. ¡Tenemos que salir de aquí!
Sí, tenemos que salir de aquí, pensó Steve (...)
-Eh, ¿qué ha pasado con la radio?- preguntó Cynthia.
-¿Cómo? -Steve escuchó, pero la música ya no sonaba-. No lo sé.
Con una expresión extraña y resuelta, Cynthia alargó otra vez el brazo hacia la estatuilla rota. En esta ocasión la tocó entre las orejas. Sofocó un grito. Las lámparas parpadearon -Steve las vio parpadear- y la radio volvió a sonar (...)
-¿Por qué tenías que hacer eso? -reprochó Steve.
Cynthia le dirigió una mirada anormalmente turbia. Se encogió de hombros y se tocó el labio superior con la punta de la lengua.
-No lo sé.- Se llevó una mano a la frente y se apretó las sientes con los dedos. Cuando apartó la mano, volvía a tener clara la mirada pero un intenso miedo se reflejaba en sus ojos-. ¿Qué pasa aquí? -dijo más para sí que para él.
Steve se dispuso a tocar también la estatuilla, pero ella le agarró la muñeca.
-No la toques. Tiene un tacto desagradable.
Steve se soltó y apoyó un dedo en la espalda del lobo (de pronto estaba convencido de que sólo podía ser un lobo, no un coyote sino un lobo). La radio volvió a apagarse. Simultáneamente se produjo un estallido de cristales rotos detrás de ellos. Cynthia chilló.
Steve apartó el dedo de la estatuilla. Lo habría hecho aunque no hubiese ocurrido nada, porque en efecto tenía un tacto desagradable. Pero por un momento algo sucedió. Fue como si se hubiese cortado alguno de los circuitos vitales de su cerebro. Salvo que... ¿no había pensado en la chica? ¿En hacer algo a la chica, con la chica? ¿Esa clase de cosas que a los dos les gustaría probar, pero de la que nunca hablarían con amigos? ¿Una especie de experimento?
(...)
-¿Qué piensas? -dijo Cynthia con una voz tensa y a la vez extrañamente penetrante, como un aroma.
Steve se volvió a mirarla y de repente se preguntó si ella tendría el coño húmedo. Una idea demencial en un momento como aquél, pero eso fue lo que acudió a su mente.
-Nada -respondió él como alguien que intenta despertar de un profundo sueño-. Nada, no tiene importancia.
-¿Empieza por C y acaba por E?
En realidad, encanto, "coño" termina por O, pero te has acercado.
¿Qué le pasaba? ¿Qué demonios le pasaba? Daba la impresión de que aquel curioso fragmento de roca hubiese encendido otra radio, éste en el interior de su cabeza, y en ella sonase una voz que era casi la suya.
-¿A qué te refieres? -preguntó Steve.
-Coyote, coyote -dijo Cynthia, canturreando como un niño. No, no estaba acusándolo de nada, aunque supuso que era natural que por un momento lo hubiese pensado; Cynthia parecía presa de una gran agitación-. ¡Eso que hemos visto en el laboratorio! Si lo tuviésemos, podríamos salir de aquí. Estoy segura, Steve. Y no me hagas perder el tiempo, ni pierdas el tuyo, diciéndome que me he vuelto loca.
Teniendo en cuenta todo lo que habían visto y todo lo que les había ocurrido en la última hora y media, a Steve ni se le habría ocurrido decir algo semejante. Su Cynthia estaba loca, lo estaban los dos. Pero...
-Me has dicho que no lo tocara.- Steve tenía problemas para articular las palabras; era como si se le hubiesen llenado de barro los engranajes del cerebro-. Has dicho que tenía un tacto...
Un tacto ¿cómo? ¿Qué había dicho? Agradable. Eso era. "Tócalo, Steve. Tiene un tacto agradable."
No. Se equivocaba.
-Has dicho que tenía un tacto desagradable.
Cynthia sonrió. A la luz verdosa procedente del salpicadero su sonrisa pareció cruel.
-¿Quieres tocar algo que sí tiene un tacto agradable? -preguntó-. Pues toca esto.
Le cogió a Steve la mano, se la puso entre los muslos y levantó la cadera. Steve cerró la mano en torno a su pubis, quizá con fuerza suficiente para hacerle daño, pero ella siguió sonriendo. De hecho su sonrisa era aún más amplia.
¿Qué estamos haciendo?, se dijo Steve. ¿Y por qué demonios lo hacemos ahora?
Oyó esa voz, pero casi perdida, como una voz alertando de un incendio en un salón de baile lleno de gente vociferante y música a todo volumen. Cynthia tensó aún más la cadera. Steve notó la raja de su entrepierna más cerca, más apremiante. Podía palparla a través de los vaqueros, y ardía. Ardía.(...)
Steve hizo un colosal esfuerzo por controlarse, buscando algo que le permitiese parar el reactor nuclear antes de que se fundiesen las barras de seguridad. Por fin se aferró a una imagen: la expresión cauta y curiosa en el rostro de Cynthia mientras lo miraba a través de la puerta abierta del camión sin decidirse a subir, examinándolo antes con sus ojos azules, intentando adivinar si era la clase de hombre capaz de morderla o arrancarle algo. Una oreja, por ejemplo. "¿Eres buena persona?", le había preguntado. Él había contestado: "Sí, supongo."
Y en prueba de lo buena persona que era la había llevado a aquel pueblo fantasma, y estaba magreándole el coño y pensando que le gustaría follársela y hacerle daño a la vez, una especie de experimento, podría decirse, un experimento relacionado con el placer y el dolor, lo dulce y lo salado. Porque así se hacían las cosas en la casa del lobo, en la casa del escorpión, porque eso entendían por amor en Desesperación.
Stephen King.